Por la Jornada Mundial de los Pobres, hablamos con una de las muchas voluntarias de la Casa del Sagrado Corazón de Málaga, Conchi Varo, que va cada día a ayudar con los desayunos.
Conchi comienza contándonos que «voluntario no es aquel al que le sobra el tiempo, algo que haces “porque ahora estoy jubilada”, “porque ahora lo necesito”. No. A mí me gusta hablar, más que de voluntariado, de “compromiso”, el de todo bautizado. No es un apéndice, sino algo que sale de modo natural cuando se es coherente en la vida. Dios nos lo pide en conciencia o a través de mediaciones, que pueden ser las circunstancias o personas que nos rodean, problemas que vivimos… También creo que comprometerse a favor de los pobres es una obligación para todo cristiano, y se realiza de igual modo a través de nuestra vocación profesional, sin tener por necesidad que ver el rostro del pobre. Los laicos estamos llamados especialmente a comprometernos en nuestra realidad: en los estudios, en el trabajo, en la familia. Ese compromiso impregna todos los ámbitos y etapas de la vida».
Ella reconoce que, dependiendo de la etapa vital, vivimos una u otra experiencia. «Es cierto que cuando llega la etapa de la jubilación, puedes disponer, quizás, de más libertad a la hora de distribuir tu tiempo. Yo llegué al Cotolengo hace once años. Nunca me había planteado un compromiso directo con los pobres. No creía que fuera a servir para eso. Empecé con dudas. Al principio no encajaba en ningún lado. No soy manitas, no sé hacer talleres, no me siento cómoda en esto o en lo otro. Me decía a mí misma: “¿yo qué hago aquí?”. El compromiso, si no parte de tu vocación, puede acabar fallando. Desde entonces hasta ahora, he recorrido todo un camino. Pasé a los desayunos, a echar una mano sirviendo a los acogidos en esa primera comida del día. Cuando vino la pandemia tuvimos que dejar de venir, pero en cuanto se pudo hacer algo, las hermanas vinieron a buscarme y aquí sigo. Vengo de lunes a viernes, a primera hora de la mañana, hago mi servicio y luego mi marido y yo nos quedamos a celebrar la Eucaristía para seguir ya con nuestro día», afirma.
En todo este tiempo compartiendo vida con ellos, Conchi ha experimentado que es un trabajo de equipo, que no se hace nada de forma aislada, sin formar parte de una cadena. Cada uno, actuando desde nuestra responsabilidad particular, pero entre todos. En su relación con los que viven en el Cotolengo, «los acogidos ya me tienen confianza y acuden muchas veces a mí, me cuentan sus problemas, se sienten escuchados. “No apartar mi rostro del pobre”, como dice el Papa en su mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres de este año, me ha hecho darme cuenta de la cantidad de problemas que acarrean estas personas: soledad, que son extranjeros, que sufren enfermedad… No sé cómo lo aguantan. Y son muy agradecidos. Muchas personas cuando hablas de lo que haces te dicen “¡qué maravilla!”, pero la pobreza no es una maravilla: es una lacra que hay que erradicar».
Estar comprometida en la Casa del Sagrado Corazón le ha dado además, oportunidad de otro compromiso, como explica. «Me ha dado lugar a salir de aquí e irme también a buscarlos a las calles y ahora estoy en la unidad de calle de Cáritas. Esos son los más pobres de los pobres. Coordinados con Puerta Única, ya he podido vivir la experiencia de ver que hemos podido dar cobijo en el Cotolengo a uno de ellos», confiesa.
Al final, le preguntamos qué significa para ella el pobre. Su respuesta es esta: «la pobreza no debería existir. Y ya está».